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Cada vez somos más los que creemos menos
en tantas cosas que llenaron nuestras vidas
Julio Cortázar



Verás que todo es mentira
verás que nada es amor
que al mundo nada le importa
yira, yira.
E.S. Discépolo




La vida es injusta, desde el momento
en que la suerte te depara unos genes
hasta el momento en que el azar de alguna
enfermedad o accidente termina con tu vida.
Simón LeVay




IDEARIO


Me da vértigo el punto muerto
y la marcha atrás,
vivir en los atascos,
los frenos automáticos y el olor a gasoil.
Me angustia el cruce de miradas
la doble dirección de las palabras
y el obsceno guiñar de los semáforos.
Me da pena la vida, los cambios de sentido,
las señales de stop y los pasos perdidos.
Me agobian las medianas,
las frases que están hechas,
los que nunca saludan y los malos profetas.
Me fatigan los dioses bajados del Olimpo
a conquistar la Tierra
y los necios de espíritu.
Me entristecen quienes me venden clines
en los pasos de cebra,
los que enferman de cáncer
y los que sólo son simples marionetas.

Me aplasta la hermosura
de los cuerpos perfectos,
las sirenas que ululan en las noches de fiesta,
los códigos de barras,
el baile de etiquetas.
Me arruinan las prisas y las faltas de estilo,
el paso obligatorio, las tardes de domingo
y hasta la línea recta.
Me enervan los que no tienen dudas
y aquellos que se aferran
a sus ideales sobre los de cualquiera.
Me cansa tanto tráfico
y tanto sinsentido,
parado frente al mar mientras que el mundo gira.




TANTAS VECES LA VIDA
En la vida es más necesario perder que ganar.
B. Pasternak



Has perdido tantas veces que una más ya no importa,
como tampoco importan, a poco que lo pienses,
otras que pronto llegarás a aguantar.
Te tienen sin cuidado los saldos cotidianos,
los juzgados de guardia y el papel timbrado,
las pilas alcalinas y los jóvenes yupis
porque sabes que pronto volverás a perder.
Eres esa mujer que acepta, en silencio, aquietada,
el duro golpe helado del rapto de su flor,
-muerto el disfraz ajado de su belleza ayer-.
Eres el hombre hastiado en el húmedo parque
que mira en soliloquio fugaz atardecer
cuando las canas pueblan la pensante testuz,
y la ciudad perdida, a lo lejos, vomita
colillas machacadas y fuentes de cristal.
Te tienen derrotado los ecos de la noche
la noctámbula voz de las sirenas
las canciones de sal,
y ese lento vacío de las conversaciones.
Te han vencido las líneas de otro amanecer
al confundir los rostros de los que van y vienen
-nunca sabrás muy bien-.
Estaciones de metro y garajes vacíos
te recuerdan que añoras volver a la niñez.
Te arruinan los bares, los kioscos de prensa,
la marca de las cosas y el último autobús
-ese que nunca llega-.
Te soterran las prisas, las angustias mortales
y las salas de espera, el cansino existir
cuando ya nada importa y ya a nada sabe
el hecho de vivir.


SOUVENIR
(Cimetière du Montparnasse)
Para Antonio Peña

Vallejo está en su tumba guardado,
bien guardado, al fondo Montparnasse
con su torre negra y su tapiz de razas.
Los muertos arropados por el mustio recuerdo
oyen ruido de rosas y feliz aguacero.
París es una fiesta de gentes
y los muertos se ríen desde el silencio,
mientras mi corazón se inclina,
delante de las tumbas, hacia ellos.

Vallejo está sin César bajo la sepultura
y me alegro de verte buen amigo
con tu salud, tu vida, tu mirada,
siempre tan cuñadito y a lo lejos
los frondosos castaños parisinos
que tú tanto gustabas.
Julio con su Cortázar y sus cronopios
da un juego interesante
mientras revolotean por su tumba
meopas y pameos que dibujan rayas ambiguas en el cielo.
Baudelaire escondido entre la hiedra fina
va deshojando, alegre, flores marchitas
y Alhekin le acompaña en una partida
sin final y sin causa.

Vallejo está perdido entre ángeles caídos en el suelo,
como hojas de otoño
sobre lápidas que sus nombres ignoran:
Beckett, Sartre, Maupassant.
París es una tumba inmensa.


LA LUZ DE TU VENTANA


En el nocturno paisaje de la ciudad que duerme
veo la clara luz de tu ventana
y tras de ella a ti, ensimismada y leve, como una hache,
bajo tu rostro alegre y tus ojos de agua.
Te imagino distraída, líquida y liviana,
buscando alguna fórmula, entre sueños mojados,
que te enseñe a vivir.
Vivir como tú quieres: dulce, lejana; mar.
A ratos volviéndote al espejo
para buscar una sonrisa cómplice y amena
que, poco a poco, diluya tu vigilia
hasta hacerte flotar, como flota la luz de tu ventana,
sobre el vertiginoso añil de la ciudad.


ME GUSTA LA CIUDAD


Me gusta la ciudad serena y triste
a esas horas que todos han huido
hacia el íntimo refugio de las cosas.
Cuando en el aire flotan, todavía, los ecos
de escandalosas fiestas y muchedumbres locas.
Entonces que la ciudad tiene conmigo
un gusto de cómplice y resaca
y late como mi corazón, solitario y tan frío,
desnudo con la noche,
furtivo como una rata.
Cansado y ronco como el ladrido
de un perro viejo que la lluvia calara.

Me gusta la ciudad a esas horas duras
que no la vive nadie, sólo las sombras
de seres que parecen venidos de otro mundo
a recoger las bolsas de basura,
mientras el aire se espesa y son
inútiles las señales de tráfico y las aceras.


EN ESTE VERSO CAIGO MUERTO

At the end of this sentence, rain will begin.Derek Walcott

En este verso caigo muerto y ya no me levanto
porque no hay un Dios que, como a Lázaro,
diga que me levante y ande
a escribir nuevamente versos por vanidad,
por la lucha de clases o por amor al arte.
Herido, mortalmente, por todos los costados,
agonizante y triste como un viejo elefante,
me retiro a la cueva y termino el desastre
mientras busco refugio en mi ideario.
NIÑAS DE PAPEL
La vie est une pute
la mort une salope
pourtant on aime les filles.
De una pintada parisina


Son niñas de papel que se desnudan,
blancos cuerpos de seda junto al mar,
y que esperan, bañadas por la luz,
dorarse con perfiles de bronce y de sal.

Tendidas en la arena dejan pasar las horas,
felinas y entusiastas cuentan intimidades
y ríen, largamente, bajo un poniente sol.
Indolentes al mundo, confiadas, inquietas, juegan
a confundir las sombras con reflejos.

Han cogido la tarde y se la llevan puesta
como un vestido nuevo ajustado a la piel,
se marchan de puntillas con un secreto
que ellas mismas ignoran frente al mar
-el misterio del tiempo y el de la rosa-.
Vuelven a la ciudad murmurescente
mientras susurran sueños de amores y de azar.

Son niñas de papel desvanecidas
en la fotografía lenta que el ocaso revela,
claros cuerpos de azucena que efímeros recrean
una postal de arena que el viento borrará.


PAPEL VACÍO

¡Cuántas veces he salido
a buscar una palabra!
Francisco Ayudarte 


Me doy de cabezazos contra el papel vacío:
ya importa poco el cuerpo que tomen las palabras
empeñado en encontrar un verso
que rime mis pisadas con la calle
-sinceramente cierto-
y cuyo ritmo sea como el chapotear de las gotas de agua.
Metáforas de caucho y de rodadas
me vienen a la mente mientras los intertextos
pueblan la vida de confusiones varias.

Me ahogo en tanto blanco, en tanto sinsentido,
luchando cada noche contra ese enemigo mortal
que es un papel sin nada
que siempre va conmigo, dando tumbos,
también en cada madrugada y que me hace insomne
como el llanto de un niño.



HOY NO TENGO MI DÍA


Hoy tengo una agonía de tristeza sin fin
que me carcome el alma,
un traje de botones, barba de cinco días,
carraspera y ojeras añil.

Hoy tengo estropeada la cañería
por donde sube y baja la sensatez,
me pesa respirar y me fatigo mucho
con las cosas que pasan.

Tiendo a la hipocondría, me deprimen
las noticias que sacuden el mundo,
mi paladar sostiene que el café está amargo
y sufro demasiado cuando pienso.

Me apena la ambición y los pobres sin tregua,
el autobús urbano y sus paradas,
los portales vacíos
y los que nunca encuentran el camino de vuelta.

Hoy no tengo mi día,
pero es verdad que nunca lo he tenido,
como no han sido míos los minutos y horas
que consumo como si fuera un fumador empedernido.

Hoy me acuesto temprano a cavilar
sobre el sentido del día que pasa,
y pienso el poco crédito que tiene lo que escribo
y en la súbita muerte de la palabra.



DEMORAS


Mis amigos me dicen, con insistencia,
que por qué no publico
la suma de versos que a mis espaldas llevo
-como alma que en pena
carga con sus pecados-.
Mis compañeros de fútbol me gritan,
con mucha urgencia,
para que llegue a tiempo a la pelota.
Y nadie observa
que siempre alcanzo tarde cualquier meta,
porque no tengo prisa en llegar
y camino.

Tardé en echarme novia,
fui tarde a hacer la mili y por poco si llego,
con mucha calma tarde me hice mayor
y con mi habitual torpeza,
llego tarde a las citas,
y cuando al cine entro
la película va por el primer beso.
Es un sino este el mío que puede ser congénito,
lírico o existencial -no lo sabremos-,
porque nunca me acuerdo de llegar a mi hora
y con cierto retraso me acuesto o me levanto.
Por eso fue, quizás, que no hice carrera
en el fútbol profesional como Butragueño,
y por eso será que no recibiré
el Premio Nacional de Poesía
como García Montero.

Y es que el tiempo,
sustancia de la que estamos hechos,
me enferma y me arruina
y por eso creo
que sólo seré puntual a la última cita:
la verdadera.



ARREBATO

Quiero escribir, pero me sale espuma.
Quiero decir muchísimo y me atollo.


César Vallejo


De pronto me entusiasmo
y me vuelve la emoción de escribir poesía
igual que si tuviera ahora veinte años,
y prisa por comerme el mundo.
Pero ya no es lo mismo
porque me cuesta tanto pelear cada noche
contra el papel vacío,
mendigar una palabra que signifique algo
diferente al cansancio o al escepticismo
que alimentan mi vida.

El peor de estos días peores
será cuando acabe atrapado por una telaraña
que crece entre mis libros
regada, en mitad de una selva de letras,
por el polvo del tiempo gastado.
También los poemas son a veces
como un monstruo que me traga
que me devora vivo,
y mañana será lunes, por ejemplo,
y seguiré escribiendo estas u otras cosas
que es como decir
continuaré soportando esta existencia
-la única quizás-,
más flaco que nunca
y tan desconsolado como de costumbre,
mientras recuerdo que Borges llegó a decir
en insolente argentino
que dejar de escribir un solo día
era pecar contra el Espíritu Santo.

Luego queda ese regusto amargo
por saber si este baile con la poesía
vale para algo, porque el zapatero
piensa en lo bien que caminan sus zapatos,
y el albañil seguro de su oficio
sabe que los techos de su casa
no dan agua y refugian del frío,
pero estos versos míos tan canijos, tan blandos,
a quién dan de comer y a quién calientan
en sus peores ratos.



FUE ENTONCES...


Si he de vivir sin ti, que sea duro y cruento

Julio Cortázar


Fue entonces que dijiste,
-cuando todo tal vez ya estaba muerto
y empezaban ahondarse mucho más las heridas-,
como sentencia atroz: seguirás escribiendo.

Quise romperlo todo,
anegar con mi llanto estos versos y otros,
quemar papeles, libros, palabras no inventadas.
Vender este destino de poemas y letras,
odiar cuantas metáforas pudiera yo soñar.

Fue entonces que dijiste...
y ya no quise ser más amante de nada
que no fuera estar cerca de donde estabas tú.

Desde ese día odié esta fútil paciencia
de buscar la belleza y apresarla en palabras,
esta tarea inútil de forjar el lenguaje del viento
y el alma del silencio.

Desde ese día estéril me hundo entre las líneas,
me ahogo en los vocablos
y me dejo llevar, perdido en la corriente,
por el duro fracaso de tu amor.

Desde ese día que todo estaba escrito,
me siento condenado a mirarme sin ti
y, sin embargo, anoto estas letras finales,
sabiendo, más que nunca, que ya no estarás tú,
ahora cuando entiendo que escribir es vivir
y vivir es morir a cada instante.




PARTIDA DE AJEDREZ

envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Gil de Biedma 



Una partida de ajedrez juego a diario
que es la misma y distinta a la vez.
En esta lucha estéril que mantengo
he perdido, a la fecha,
tres molares, un puñado de pelos
y algo de vista,
la juventud, mi escaso crédito,
las ilusiones y una media sonrisa.
La pierdo cuando creo que la gano,
mientras miro en la tele esos cuentos modernos
de chicas neumáticas con sus pechos de goma,
en el escaso significado que mantienen las palabras
y, como siempre, frente a los deseos.
Es un juego que pierdo en esas madrugadas
donde creo que no existo
y me arrastro, penoso,
al refugio de mi lecho postrero.

Si las cuentas no fallan son treinta
y seis largos años enfrentado a un extraño,
tropezando con un animal vagamente cercano
que me sigue donde quiera que vaya
y me recuerda, con felina mirada,
desde el lado imposible del espejo,
a ese pobre diablo que veo en mí.
Una partida lenta que muere cada tarde
como un adagio de Barber o de Mahler,
y se come las piezas de los nombres olvidados
por la memoria afectiva del corazón.

Sobre el tablero faltan los primeros peones,
amigos de la infancia que el tiempo degluyó
y vuelven los domingos,
como imágenes sepia de una vieja película
contada con guión y escenario de barrio:
los partidos de fútbol que nunca terminaban,
el gomero, las bolas,
churrichurri mi capitán al uno,
las flechas de carrizo con sus puntas de lata
y aquel chichón que tanto daño me hizo,
herido como estaba en mi orgullo infantil.

Tampoco están ahora, aquellos
compañeros en piso de estudiantes,
forradas las paredes con carteles de Bakunin y el Che,
la profunda liturgia por mejorar el mundo,
y descubrir el sexo y el hachís
en una tarde juntos, Rimbaud y Baudelaire,
Pink Floyd, la Naranja Mecánica,
Mari Carmen y el Ultimo Tango en París.

Al comienzo, recuerdo, nada hacía presagiar este desastre
-como el pájaro que al despuntar el día
abre sus alas sin miedo a equivocarse-,
pero el primer error, aquel que fue un mal cálculo,
me enseñó pronto arriar las velas del corazón.
Luego, más tarde, traspasados los años supe
que era mejor el día para dormir
y desnudar el alba tras la noche canalla
con el amor entre las piernas,
y el pleno gusto de confundirme
equivocando a quienes me amaban.

Con el paso del tiempo cargado de costumbres,
de vicios y de achaques,
de irremediables incertidumbres,
la ausencia de piezas,
el oscuro desaire de enterrar ideales
como quien va enterrando sus muertos uno a uno,
me hacen agachar la cabeza y seguir adelante
renegando entre dientes
que la literatura no salva a nadie,
ni este juego perverso de escribir poesía
me va a sacar a flote de la negra rutina
donde se ahogan estos días perdidos.

Vivir es un error que he comprendido tarde
y no sé si el hallazgo me complace o me aturde,
cuando veo más claro el final del engaño,
de esta partida inútil que juego contra mí
y los conejos siguen creciendo en Australia.
Ahora cuando quedan las piezas esenciales
y consulto las dudas, el desaliento,
las renuncias y el desamor.

Un final que comienzo a encontrar aburrido,
una lucha con muy poca ecuación
que me anuncia que, rendido ante el mundo,
daré por bueno un jaque mate.



ÍNDICES DE AUDIENCIA

Los índices de audiencia
dejan frío mi corazón cada mañana.
Las cuotas de pantalla han matado
los sueños que de niño tenía,
y han ido aniquilando, uno a uno,
los héroes que animaron el mundo,
los dueños de la Tierra:
Tarzán, la mona Chita,
Peter Pan, Charlot, Félix el Gato,
el Conejo de la Suerte,
el capitán Trueno
y el Gordo y el Flaco.



AQUEL AMOR

quem nunc amabis?
cuius esse diceris?
quem basiabis?
cui labella mordebis?
Catulo, VIII



Te lo di todo y todo fue tan poco para ti
que ahora es nada aquel amor que te tenía.
Aquel que hirvió en las tardes y saludó las noches
mientras buscaba fabulosos animales por tu piel.

Aquel amor que, inocente y entregado,
rompió las soledades junto al mar y en la cama,
con la fuerza de un dios desconocido
y besos imposibles quebrándose al caer.

Quizás no sea bueno recordar lo que fuimos
para no darnos cuenta que vuelve a suceder
que otro amor, quizás igual que aquel,
nos engañe -ángel o diablo-, nuevamente otra vez.



PERRO VIEJO


Soy como un perro viejo
que ha aprendido a recelar de todo
y que a nadie fía su corazón.
En mi lomo doy fe de algunos palos
que hube de soportar y hoy son cicatrices.
Un viejo perro solo que vaga
por las calles vacías sin rumbo ni destino
a pique de toparme con alguien
todavía más asustado,
más viejo y perro que yo.
Me valen pocas cosas porque en el fondo
pocas son las que valen para sobrevivir,
y la entereza siempre
para aguantar el resto de los días
que faltan por venir.
Lo que queda son sobras de la comida
por las que no estoy dispuesto a ladrar más,
si acaso enseñaré los dientes
tan sólo como un gesto que intenta intimidar.
Un viejo perro flaco que a casi nada es fiel,
si acaso a esa mano que un día me ayudó
y a estos malos versos que andan conmigo
como si fueran pulgas que recorren mi piel.


MIRADAS

hay miradas femeninas que tienen algo
de la triste perfección de un soneto

Émile M. Cioran


Te miro, me miras, nos miramos
con un lenguaje mudo:
sólo risas y ojos para hablarnos.
Una conversación de palabras inciertas,
inmateriales,
tan sólo sombra y luz para su causa.
Tus ojos y mis ojos a la vez mueren
-como peces sin agua-
en un diálogo silencioso y callado,
en una conversación de fuego y nieve.
Equívocos los ojos con que me miras
y enmudeces la voz de mi retina.



HOY PRACTICO EL SILENCIO


Hoy practico el silencio que no es poco,
la mudez temprana, el mutismo hondo,
la afonía y la calma.

He sepultado el canto y el grito ambicioso,
el falso declamar y el recitar famoso
de los nuevos poetas.

Hoy me callo para que hablen otros
y que mi lengua sea caudal insonoro
y no estilete.

Ganas me dan de no escribir un sólo verso,
poner punto y final y guardar los acentos
junto a las comas.

Liberar las metáforas, los nombres propios,
romper las oraciones, los grupos fónicos
y reírme de todo.

A fin de cuentas si algo valió la pena
es el haber andado por esta tierra
sin mucho ruido.

Porque en este mundo nada tiene sentido
si no es el cielo del olvido
y el de la rosa.



VOCES

A veces me pregunto
-no sin melancolía-
si en la callada voz de tu rutina
cuando unos días se parecen a otros días,
tú alegre reirás recordando los besos,
aquellos besos largos que tu boca traían,
la tarde toda tibia bajo tu suéter gris
y el tímido temblor de tus pechos de nácar.
Ahora que el tiempo tiene memoria,
la terrible memoria de las cosas que han sido
y sólo son ya eco de una voz interior
tropezando a deshoras
en las frías paredes de una casa vacía,
me pregunto por la tarde y los besos.

Esa casa vacía que se parece a mí
y cada anochecer vienen a ella
-como vino esta noche
la dulce desazón de aquel momento-,
demonios familiares
y voces que murmuran en silencio
un recuerdo lejano de caricias y esperas.

La respuesta terrible
dice que no serás la misma
-pálida rosa que me abría su ser-,
ni yo tampoco el mismo
dentro de estas estancias donde habito
como una casa sola dispuesta a envejecer.




VIAJE A PARÍS IMAGINARIO

Las siete de la mañana, París se despereza
y yo triste turista recién desembarcado
junto al Sena, estación de Austerliz.
Una violinista toca a Brahms monótona y ausente
mientras oleadas de gente cruzan
por puertas correderas dejando unas monedas.
Desayuno una infusión de idiomas,
café francés y cruasán a solas
con el viajero que viene conmigo desde lejos.
Entre un ruido de máquinas que tican
compromisos en las fauces del día
y un andar de pisadas confusas,
la liberté, la égalité y la fraternité
afloran en los bulevares como un perfume caro.
Kieslowski, Truffaut, cuatrocientos colores
y tres golpes de suerte.

En un vagón de metro la soledad me espía,
tiene rostro oriental,
rasgos perdidos de ser interurbano.
Las luces pasan rápidamente
mientras viajo por las tripas de la ciudad,
las mismas luces pálidas que se quiebran
en túneles sin salida ni solución.
En Convention hay un poema escrito
con versos de tiza en la pizarra
para recordarme que aunque el amor no existe
en la orilla derecha del Sena,
alguien obtuvo satisfacción a un precio razonable.
Y por eso las rubias sirenas que pueblan
el fondo del río prefieren por amantes
sólo a los suicidas.


SEÑALES DE LA NOCHE

Te seguí sin pensarlo,
sin saber de ti nada porque aquello que ignoro
me arrastra hacia el misterio del deseo y la dicha.
Fui detrás sin que tú lo supieras
como ángel oscuro
y tus pasos livianos me guiaron
hasta un concierto de música que no entendí muy bien:
las pistas de la noche tienen muchos destinos.
Allí, en la confusa marejada humana,
te descubrí reinando entre las gentes
como tú sóla sabes reinar en tu hermosura,
adueñada del mundo que te tocó vivir.

Luego en un chiringuito con el mar por terraza
bailabas embebida entre gritos y copas,
era un lugar sin nombre
o quizás sólo sea que no quiero acordarme
porque ya para entonces a mi también
el güisqui me hacía naufragar en las horas.
En un sombrío recodo me saliste al paso,
era una larga cola que las chicas guardaban
para entrar al servicio de señoras
y apenas me miraste.

Más tarde, ya la noche aturdida de alcohol,
me pareció un momento que a mí me sonreías
y tuve el sentimiento de quien logra vencer.
No hubo una palabra entre nosotros dos
para hacerte entender que yo existía también
en ese instante torpe de plena actualidad
-la tiranía del tiempo causa muchos despojos-.
Y así seguí bebiendo tras el rastro salvaje
que tus encantos dejan por las noches sin cielo
y tú indiferente a mi proximidad.

Cuando quise acordarme de la hora que era
-la conciencia es un vicio que no sé sublimar
y uno siempre recuerda-,
el día ya aclaraba su rostro celestial
y tú, desconocida y joven,
otra vez imposible,
te habías escurrido delante de mis ojos
como quien ve pasar, al raso de un cielo negro,
una estrella fugaz que anuncia la belleza
delante de la estela de su brillo mortal.



MALAS NOTICIAS

Uno no sabe bien dónde meterse
cuando comienzan a llegar malas noticias,
porque no hay costumbre ni hábito ni estilo,
ni el humor suficiente para hacer frente
a ese torbellino que lo pone todo
patas arriba.

Es tan difícil, en esas circunstancias,
quedarse firme, tieso
como un joven soldado,
enfrentado al mundo doloroso
como si nada nos hubiera pasado.

Sin saber qué decir ni qué es lo que siente,
porque nunca hay palabras capaces de vestir
ese hecho desnudo que es la muerte.



TIEMPO PRESTADO


Huele a invierno en abril
porque la lluvia trae
hielo en su corazón
y moja todo con nombres de otros días,
con gotas de ansiedad.

Vivo en diciembre en un país de sol
y me derrito cuando escucho la luz tan cegadora
escurrirse por las cañerías de las semanas,
devoradora de este tiempo
que nos prestaron para vivir.



EL ULTIMO BARCO

Como el último barco que surge entre la niebla espesa:
fantasmal, solitario, rendido a su destino
de haber vivido mucho y no saber si bien,
y que espera para ser recibido en dársenas dormidas.
Así aparezco yo en las sórdidas noches
por los cruces mortales
que tienden avenidas insensibles al paso,
esperando abrazar el postrero desastre
del tiempo que se va.
Como mi vida, a golpe de oleaje,
que se estrella en las rocas
de una profesión a la que no tengo mucho aprecio,
más que por lo que dice por todo lo que calla.
Por eso espero llegar hasta esa ensenada
que me devuelva al olvido,
al seno de las cosas que no tienen memoria.
Y mientras tanto doy noticias
que son pura ficción y otras que son mentira,
malas y buenas informaciones
que a veces son un calco de mi vida.



Por fin, Paco Ortega, o, mejor dicho, su heterónimo Francisco M. Ortega Palomares, se ha decidido a publicar uno de sus múltiples poemarios. Al menos eso es lo que ha manifestado. Aunque con Paco, y, no digamos, con Francisco M. Ortega, nunca se sabe. O, para ser más exactos, se sabe que nunca se sabe. Es por eso del existencialismo: Kafka, Camus, Sartre, la náusea... La vida, en fin; posibilidad de lo posible; por ejemplo de que Francisco M. Ortega Palomares haya resuelto o no servirnos el güisqui con agua de sus versos, que es como mostrarnos la ciudad mestiza que desde hace veinte años le viene quitando el sueño y la vida. Porque Ortega es un poeta, un ciudadano perdido y encontrado en la neblina ambigua y finisecular de las aceras y los pabs. Masacrada por él mismo su inexistente candidez de aldea (no quiere ser una gloria local), en busca de un yo humano des-civilizado que lo rehace y lo deshace, porque en el fondo qué más da, las palabras de Ortega se llenan de la desesperanza anónima de quien no busca ya soluciones porque no cree más que en di-soluciones. Su estética es la estética del perdedor, que, por perder, no le preocupa siquiera la pérdida de su anonimato poético, como no le han importado desde casi nunca los escaparates editoriales ni los circos culturales. Al fin y al cabo, en todo un universo que va a su radical desaparición, ¿qué importa el algo de escribir? ¿Qué importan unas pocas palabras? ¿Qué significa ganar o perder?


Francisco M. Ortega sólo concibe otro oficio tan absurdo e inútil como el de escribir, la costumbre dolorosa de vivir. La existencia humana, con su inteligencia monstruosa que no nos salva de la muerte, carece para él de toda justificación. El hecho ineludible es que hemos de morir y, ante ese fenómeno indiscutible y sin sentido, no queda otro remedio que resignarse a vivir, acomodarse a matar el tiempo hasta que este, a su vez, nos dé muerte. Este estoicismo, este escepticismo, más bien, que si no da la felicidad al menos concede una ligera y elegante cordura, no es bastante para entender el mundo, pero sí para entendérnoslas con él, para enfrentarnos a su permanente naufragio, a su desorden y a su injusticia. )Y qué mejor forma de naufragar que sobre el windsurf de la poesía? Esa momentánea apariencia de armonía que nos ofrece el orden y recuento de nuestros fracasos y ausencias...


Y precisamente ese enumerar lo vivido, esa cuenta atrás, con su doble valor en cuanto profecía del pasado y del futuro (eterno subir y bajar de Sísifo), es el único bálsamo de quien viene herido por la luz convencional de los neones y el silencio negro y hosco de los cielos urbanos, la esperanza de quien no espera nada y juega a mirar y a actuar como si esperase todavía algo o a alguien. Así, la mujer, como la mar de Baudelaire, siempre recomenzada y siempre deseada: Homme libre, toujours tu chériras la mer. Paco y Francisco M. juegan a estar enamorados de la mujer; o mejor dicho, enamorados de la idea que tienen de lo femenino. Un idealismo, sí, que nace sin duda de igual inquietud biológica que el petrarquismo, por más que éste la niegue, pero de muy otro referente, esta vez no místico, sino ontológico. De todas formas, escondida seguramente en los vocablos, vive la mitopoética angustiada del enamorado del amor: Narciso, Don Juan...


En este libro, sobre todo, el reconocimiento a Cortázar, a Vallejo y a Cioran. Pero también Catulo, Pasternak, Borges, Walcott o G. Montero. Aquí, la dialéctica literaria ciudad/aldea está superada. En Ortega sólo sobrevive la ciudad porque ese es el único mundo en que en que el poeta existe y se existe, la realidad que le angustia y le agoniza.


En los poemas de Cuenta atrás, verdadera intersección, regulada por inútiles semáforos, de la realidad con la imaginación del poeta, resuenan, por aquí y por allá, voces y ecos amistosos ()intertextos?) de sus escritores preferidos, estribillos de la música pop española, gritos epigráficos de una pintada desde un muro en París o susurrantes epitafios de algunas lápidas de Montparnasse, puertas de los dormitorios de mármol del ajedrecista Alekhine o del soñador Cortázar (morir, dormir; dormir, quizá soñar...).


Francisco M. Ortega alcanza, en esta última creación, su mejor y más maduro trabajo literario. Aquí el signo lingüístico, es decir, artístico, se acomoda perfectamente a la función primaria del lenguaje: significar. Lo que importa al escritor (y, por tanto, a su lector) no es tanto la metáfora pictórica (del Renacimiento) o la musical (del Romanticismo), sino el referente semántico, ontológico, contemporáneo, de los hijos del limo (en expresión de Octavio Paz) de este final de siglo. Retórica, pues, la de Ortega paradójicamente vital, des-mistificadora, des-veladora, resueltamente honesta, entregada, en definitiva, a significar algo y no a las meras galas del decir:


... ya importa poco el cuerpo que tomen las palabras

eempeñado en encontrar un verso

que rime mis pisadas con la calle

-sinceramente cierto-

y cuyo ritmo sea como el chapotear de las gotas de agua.




Francisco Ayudarte Granados

Motril, 12 de julio de 1996



Me da vértigo el punto muertoy la marcha atrás,
vivir en los atascos,
los frenos automáticos y el olor a gasoil.
Me angustia el cruce de miradas
la doble dirección de las palabras
y el obsceno guiñar de los semáforos.
Me da pena la vida, los cambios de sentido,
las señales de stop y los pasos perdidos.
Me agobian las medianas,
las frases que están hechas,
los que nunca saludan y los malos profetas.
Me fatigan los dioses bajados del Olimpo
a conquistar la Tierra
y los necios de espíritu.
Me entristecen quienes me venden clines
en los pasos de cebra,
los que enferman de cáncer
y los que sólo son simples marionetas.

Me aplasta la hermosura
de los cuerpos perfectos,
las sirenas que ululan en las noches de fiesta,
los códigos de barras,
el baile de etiquetas.
Me arruinan las prisas y las faltas de estilo,
el paso obligatorio, las tardes de domingo
y hasta la línea recta.
Me enervan los que no tienen dudas
y aquellos que se aferran
a sus ideales sobre los de cualquiera.
Me cansa tanto tráfico
y tanto sinsentido,
parado frente al mar mientras que el mundo gira.


En la vida es más necesario perder que ganar.
B. Pasternak


Has perdido tantas veces que una más ya no importa,
como tampoco importan, a poco que lo pienses,
otras que pronto llegarás a aguantar.
Te tienen sin cuidado los saldos cotidianos,
los juzgados de guardia y el papel timbrado,
las pilas alcalinas y los jóvenes yupis
porque sabes que pronto volverás a perder.
Eres esa mujer que acepta, en silencio, aquietada,
el duro golpe helado del rapto de su flor,
-muerto el disfraz ajado de su belleza ayer-.
Eres el hombre hastiado en el húmedo parque
que mira en soliloquio fugaz atardecer
cuando las canas pueblan la pensante testuz,
y la ciudad perdida, a lo lejos, vomita
colillas machacadas y fuentes de cristal.
Te tienen derrotado los ecos de la noche
la noctámbula voz de las sirenas
las canciones de sal,
y ese lento vacío de las conversaciones.
Te han vencido las líneas de otro amanecer
al confundir los rostros de los que van y vienen
-nunca sabrás muy bien-.
Estaciones de metro y garajes vacíos
te recuerdan que añoras volver a la niñez.
Te arruinan los bares, los kioscos de prensa,
la marca de las cosas y el último autobús
-ese que nunca llega-.
Te soterran las prisas, las angustias mortales
y las salas de espera, el cansino existir
cuando ya nada importa y ya a nada sabe
el hecho de vivir.

                                                                                                                                                                                
                                                                                                                                                                        (Cimetière du Montparnasse) 
                                                                                                                                                                                        Para Antonio Peña


Vallejo está en su tumba guardado,
bien guardado, al fondo Montparnasse
con su torre negra y su tapiz de razas.
Los muertos arropados por el mustio recuerdo
oyen ruido de rosas y feliz aguacero.
París es una fiesta de gentes
y los muertos se ríen desde el silencio,
mientras mi corazón se inclina,
delante de las tumbas, hacia ellos.

Vallejo está sin César bajo la sepultura
y me alegro de verte buen amigo
con tu salud, tu vida, tu mirada,
siempre tan cuñadito y a lo lejos
los frondosos castaños parisinos
que tú tanto gustabas.
Julio con su Cortázar y sus cronopios
da un juego interesante
mientras revolotean por su tumba
meopas y pameos que dibujan rayas ambiguas en el cielo.
Baudelaire escondido entre la hiedra fina
va deshojando, alegre, flores marchitas
y Alhekin le acompaña en una partida
sin final y sin causa.

Vallejo está perdido entre ángeles caídos en el suelo,
como hojas de otoño
sobre lápidas que sus nombres ignoran:
Beckett, Sartre, Maupassant.
París es una tumba inmensa.

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